Tuesday, July 8, 2008

El mundo interior del capital. The Crystal Palace.




Sloterdijk describiendo magistralmente al individuo moderno refugiado en un “Palacio de Cristal”

(Nota: Disculpen el abuso de la negrita, pero creia necesario destacar los principales parrafos de esta magistral descripcion de Sloterdijk. Nada de lo que dice tiene desperdicio.)

Tras la caída del muro de Berlín, las torres gemelas de Nueva York y las explosiones de los subterráneos de Madrid y Londres, los “protegidos”, sujetos de estas relaciones, son movilizados tanto por el Estado “moderador” posmoderno como por los medios masivos de comunicación a través de las estrategias inmediatistas del mimo.

Mimo, como término de la antropología histórica, designa los reflejos psicofísicos y semánticos del proceso de alivio o descarga que resulta inherente al desarrollo de la civilización desde su origen, pero que sólo en la época de la radical des-escasez de bienes pudo aparecer a plena luz. Las fuerzas efectivas de mimo constituyen un espacio de inmersión que sensibiliza a sus habitantes con las ventajas atmosféricas de un aseguramiento de la existencia ya producido fundamentalmente de antemano.

En otras palabras, han desertado del mundo exterior para cultivarse a sí mismos e introducirse al invernadero del confort convertido hoy en el gran útero de la felicidad paradójica. Tal constreñimiento tiende a no dejar nada fuera, ni siquiera las lejanas fantasías de los novelistas de ciencia ficción, quienes a estas alturas se han vuelto cronistas de la Gran Instalación como gusta definir también al ambiente planetario el maestro alemán.

Para decirlo en tono sociológico, los individuos, auténticas moléculas gasificadas, pasean ansiosamente en las atmósferas maternales de los centros comerciales para calmar sus depresiones adquiriendo algún producto efímero; asisten a los festivales de entretenimiento para saciar el aburrimiento impuesto por la vida doméstica; festejan a la menor provocación cualquier suceso con tal de no interrumpir la infantil fiesta intermitente. Es más, hasta en las conmemoraciones por los derechos humanos sienten la emoción de la conversión de la memoria histórica social en parque temático.

Esta nueva situación marca, según Sloterdijk, el flujo hacía una nueva era capitalista de grandes consecuencias histórico-filosóficas, donde el relato sobre el ser ya no tendría nada que ver con aquélla idea de ser-en planteada por Heidegger (El ser y el tiempo, 1927) en el que en se asienta como expresión de posición de la ex-sistencia (como el estar fuera, en lo abierto), sino con el éntasis del hombre contemporáneo, quien está al mismo tiempo adentro y afuera de él mismo. En su relato filosófico El mundo interior.

A contracorriente del sedentarismo mental de los catedráticos vitalicios, el autor de la Crítica de la razón cínica (1989) pone en movimiento palabras clave como aburrimiento, existencia de invernadero y reconstrucción psicopolítica de la fracción de la humanidad como poder adquisitivo con el propósito de conectar relato histórico y filosofía, y así desenmascarar el aburrimiento del “existente sin retos” que hace de la cultura de masas, el humanismo y el biologicismo el ancla de su narcisismo primario poshistórico.

En “El palacio de cristal”, Sloterdijk refiere que en el actual espacio interior del capital surge una novísima subjetividad enraizada en la éntasis, en el cual el yo sería el recipiente integral o el lugar universal del ser. En este lugar, el superhombre de la existencia estática se guía por la máxima del “uno no gana porque vale, vale porque gana” para transitar en las carreteras de la inestabilidad laboral, ahí en donde el ejecutivo —armado de su capacidad de innovación— oportunamente se cuela en las esferas de los cuartos de guerra de alguna empresa de la comunicación o la información.

Con su facha desenfadada mueve índices económicos, especula financieramente o autogestiona su emocionalidad. Además sabe que el virtuosismo lingüístico, las relaciones interpersonales y la simulación social son las herramientas con las cuales hacer valer su interminable y efímero éxito en el gran Palacio de Cristal.

La afortunada metáfora del Palacio de Cristal que Sloterdijk retoma de las Memorias del subsuelo de Dostoyevski (a quien considera un precursor de la crítica a la globalización), resulta útil para que el lector acostumbrado a las desgastadas visiones de las industrias culturales en la era del neoliberalismo, aterrice en el espacio interior del capital para comprenderlo como “expresión socio-topológica, que se introduce aquí para la fuerza creadora de interior de los medios contemporáneos de tráfico y comunicación: circunscribe el horizonte de las oportunidades, que abre el dinero, de acceso a lugares, personas, mercancías y datos…la forma determinante de subjetividad dentro de la Gran Instalación está determinada por la disponibilidad de capacidad adquisitiva” (p. 236).

El estresado hombre extático es un sujeto a la deriva que ya no busca ni tiene aquélla identidad de clase que el proyecto marxista proponía, ni mucho menos busca la ciudadanía que los doxosofos de la democracia liberal le imponían ante el supuesto fin de la historia. No, el sujeto de la innovación no busca identidad, busca opciones, tal y como el triunfante capitalismo cognitivo le propone a través de mensajes irónicos y sarcásticos. Al mismo tiempo, estimula al sujeto de “cabeza reducida” estar al día, a elegir el color de temporada o el modelo de celular más actual. Es decir, el sujeto ciudadano consumidor autogestiona la estrategia de reconstrucción psicopolítica de mercado. Es un cliente tan propositivo que es capaz de inventar soluciones a la empresa que le brinda los bienes y servicios de su preferencia. Así, el mercado es el gran centro de capacitación e innovación donde el individuo ejerce su soberanía, quien elige este o aquel producto. De ahí que el síntoma último de la pérdida de identidad sea la proliferación de las estrategias mercadológicas para encumbrar líderes políticos.

A contracorriente de la hegemonía académica lacaniana o de los estudios culturales que siguen considerando al individuo como un ente que se sujeta al orden simbólico de un Gran Otro —sea Dios Padre o la Patria—, Sloterdijk considera al ser-sujeto como el “actuar por decisión propia”. Por ese motivo considera al emprendedor como el arquetipo posmoderno dispuesto a actuar por sí mismo,desinhibiendo todo obstáculo interior y exterior que limite su capacidad de elección en el mercado. En ese sentido, hoy día los miembros gasificados de las masas consumistas están dispuestos a cualquier cosa con tal de elegir cualquier producto en el mercado.

Con el propósito de evitar la caída del ánimo mercantil los empresarios de la excelencia y la innovación se dirigen a millones de potenciales emprendedores con el fin de estimularlos a proseguir su magna tarea de competir por la fama, único y gran valor de los tiempos poshistóricos. De ahí que podamos entender el nihilismo juvenil como un estado extático capitalista que sólo busca a través de la moda o el consumo en general, no parecer menos que sus pares.

Mimo y aburrimiento serían dos momentos de la constitución del sujeto poshistórico. Por ejemplo, al sujeto extático joven sus padres filiales lo miman inhibiéndole toda posibilidad de sufrimiento; ¡Que ellos no sufran las carencias que tuve cuando fui joven! suelen decir los padres cincuentones. Además, al soberano consumidor le brindan múltiples opciones de confort, incluida la rebelión que puede manifestarse al tomar un café orgánico, portando una playera con algún estampado revolucionario e incluso soñando despierto con algún documental de crítica social. A ello podemos sumar las facilidades que dan al soberano las instituciones financieras a través de tarjetas de crédito, las becas de instituciones estatales para estudiar, los programas sociales de entretenimiento y los proyectos de capacitación para que las nuevas generaciones puedan aprender saberes para el mundo laboral del entretenimiento. Mimo por doquier para suavizar la omnipresencia difusa del aburrimiento. Si hasta en la modernidad de la década del sesenta el aburrimiento provocaba revoluciones según rezaban las viejas consignas situacionistas, en los actuales tiempos de la Gran Instalación, el aburrimiento se alivia consumiendo la inmensidad del inacabable mundo ofrecido por las empresas de la descarga emocional.

Y es que los fenómenos del estrés aparecen debido a que el soberano consumidor día a día se autoasesora, se autopersuade, se autodesinhibe para lograr el éxito, al mismo tiempo que busca herramientas para descargar su estrés. Para ello, un ejército de orientadores mediáticos le brindan soluciones cuando no logra el triunfo: puede adquirir un best seller para tomar las cosas con calma, tomar un diplomado para hablar en público, un spa para desestresarse, el gimnasio o algún complemento alimenticio.

Con ello, el sujeto arquetípico del Palacio de Cristal consigue ejercitarse hasta llegar a ser dueño y propietario de sus propios padecimientos y pasiones, nadie más que él es el constructor de su fama o mediocridad.

El principio del menor esfuerzo, el analfabetismo funcional, el oportunismo y el virtuosismo son algunas de las características del sujeto extático en proceso de psicologización. Lo único que vale la pena para él es la búsqueda del poder adquisitivo.

Es portador de la subjetividad del sí-mismo-user (definido por Sloterdijk como “el agente que ya no tiene necesidad de hacerse sujeto configurado al modo formativo, dado que se puede liberar de la carga de reunir experiencias. Ahora no adquiere conocimientos, tan sólo los convoca. Ya no acumula experiencias, más bien agrega direcciones, ventanas, descargas informáticas).

En suma, el sujeto-user se caracteriza por ser cognitivo de operaciones mentales concretas, ya que le basta con aprender el manejo de técnicas de acceso eficientes, es un ser introvertido en términos de conocimiento. El término informático downloading ilustra la liberación de la exigencia de hacer experiencias.

La figura máxima de este sujeto es ser como algún actor del entretenimiento, quien se mueve en la superficie del bienestar como auténtico soberano de la vulgaridad. Así es en el tiempo obscuro de la transparencia del Palacio de Cristal, que sólo ofrece a sus habitantes el conformismo aburrido de una sociedad en ruinas.

Finalmente, Sloterdijk, el filósofo hiperbólico que es capaz de extrañarse del mundo cuando escucha el sonido prodigioso de los acantilados escandinavos, nos exhorta a desertar por unos momentos no sólo de las mutaciones del confort, sino también de los sedentarios marcos teóricos dominantes que nos invitan a sumarnos a la democracia de mercado como única salida a la mediocridad del pensamiento. Sólo para extrañarnos del universo del entretenimiento.

Pablo Gaytán Santiago

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